jueves, 30 de julio de 2009

Leer antes de leer. (Instrucciones de uso)

Para poder leer este blog en el orden adecuado, te recomiendo amiga/o lector, que arrastres la página hasta abajo del todo (a su pie) y allí pinches "entradas antiguas". Una vez allí, vuelve a arrastrar hasta el pie de página, y podrás comenzar a leer por entradas, teniendo en cuenta que cuando acabes una deberás arrastrar hacia arriba en busca de la siguiente. Cada entrada se corresponde con un capítulo.
El orden es el contrario a como aparecen el el blog, siendo el correcto:

1º. LA VÍA LÁCTEA
2º. DE MADRID AL CIELO
3º. TODO LO QUE BAJA, LUEGO SUBE
4º. EL REINO DE NAVARRA
5º. LA SANGRE DE LA TIERRA
6º. LA FAMILIA Y UNO MÁS
7º. TIERRA DE CAMPOS
8º. EL REINO DE LEÓN
9º. EL REENCUENTRO
10º. POR FIN GALICIA
11º. LAS CORREDOIRAS
12º. EL PAIS DEL AGUA
13º. AL FINAL DEL CAMINO
















13º. AL FINAL DEL CAMINO

Sábado 4 de julio de 2009. Última etapa. Nos quedan algo menos de 20 kilómetros para llegar a Santiago de Compostela. Decido ir solo, así que me retraso voluntariamente, voy con mucha calma, muchísima, quiero disfrutar de estos tramos finales, empaparme de aire húmedo y verde. Hay tanta gente caminando que es dificil encontrar un tramo en el que no te encuentres con nadie. Incluso veo a algunas personas llorando de emoción.


Debo estar muy cerca ya, porque los aviones pasan por encima de mi cabeza, es el aeropuerto de Lavacolla. En estas, sin darte cuenta llegas al Monte do Gozo, que inauguró el anterior Papa. Foto con monjitas y otros bicigrinos y cuesta abajo a entrar a Santiago. En un pis pas llegas a la Plaza del Obradoiro y a la Catedral.


Lo primero que hacemos es dirigirnos a la oficina del peregrino. Atamos las bicis dentro, en el interior del portal que tiene sitio para ello y nos ponemos a la cola que en esos momentos llega casi hasta la calle. Tendremos mas o menos una hora de espera. Cuando llegas al primer piso te situas ante el mostrador donde te preguntarán si el motivo de tu viaje es o no religioso. Dependiendo de tu respuesta te entregarán la llamada Compostelana o un certificado de haber concluído el Camino. La diferencia entre uno y otro es que aquella está en latín (incluído tu nombre) y ésta en simple castellano.

Si te da tiempo y quieres te vas a la misa de 12.00h. donde se citan a aquellos que han llegado ese día. Pero se cita origen y lugar en el que se ha empezado, no se nombra a nadie (ejemplo: han llegado tres de Madrid desde St. Jean Pie de Port en bicicleta, etc.). Si quieres ver el botafumeiro tienes que tragarte la misa porque hacia la mitad de la misma impiden el paso a la Catedral.

La bici la podeis dejar atada en el portal de la oficina del peregrino, pues no cierran hasta las nueve de la noche. Para todo aquel que no lo sepa, le informo de que existe un restaurante muy cercano, con gran fama: Casa Manolo. Es el lugar donde te puedes dar una buena comida a un precio como no encontrarás otro. Preguntad por él. No os defraudará.

Nosotros comimos los tres allí. Los tres que habíamos llegado a Santiago juntos: Javier, Rubén y yo. Me despedí de Rubén nada más comer y bajé con Javier al hotel donde me hospedaba a la espera de que llegaran mi mujer y mi hija con las que había quedado en Santiago. Javier me dijo que iría hasta Finisterre y a la vuelta volvería conmigo a Madrid, pero cuando le llamé para regresar resulta que ya estaba en Manzanares el Real, provincia de Madrid, su pueblo, del que tendría nostalgia.

Aqui acaba mi relato. Pero este no es un punto y final. Sólo es un punto y seguido. La experiencia del Camino es muy gratificante. Sigo pensando, como cuando empecé, que el Camino se va haciendo a medida que lo pisas o ruedas, que lo palpas o lo hueles, que lo sudas o lo dueles. Sea cual sea el motivo que te lleve, la sensación que te quede, seguro que no te defrauda.

Julio de 2009


12º. EL PAIS DEL AGUA

Hace un tiempo echaron por televisión un documental del naturalista Luis Miguel Dominguez, que trataba -creo recordar- sobre Vietnam. Lo más destacado de dicho reportaje eran las intensas lluvias que azotaban ese país del sudeste asiático, dando título al documental: El País del Agua.

Estamos en la península ibérica. Un lugar en el que lo que predomina no es precisamente un caudaloso régimen de lluvias, sino más bien lo contrario: la pertinaz sequía. Pero he aquí, que en este extremo noroeste de la piel de toro, podemos encontrar también un país de agua, me refiero ¡que duda cabe! a nuestra querida Galicia. Raro es aquel que no ha estado por estos lugares y no ha visto la lluvia. Claro está que no con la intensidad que lo puede hacer en la península de Camboya, pero aguas no le faltan.

Cuando salimos este 3 de julio de 2009 de Portomarín ya hemos desayunado. Empieza el Camino atravesando una pasarela sobre un afluente del río Miño y a continuación asciende una pronunciada cuesta durante varios kilómetros. La humedad es muy densa a estas horas tempranas en el valle y, a medida que ascendemos va desapareciendo.

Estas últimas etapas ya próximas a Santiago son de auténtica romería. Familias con niños, grupos de amigos, pelotones ciclistas, coches de apoyo. Aumenta la presencia de caminantes y disminuye la intimidad.

El paisaje tiene poca variación, pues estamos en la Galicia profunda: pacientes vacas sobre ondulados prados verdes a los que suceden colinas de verdes prados donde pacen vacas tranquilas. Este medio rural gallego es cierto que resulta atractivo para los que somos de la áspera Castilla, pero a la vez resulta monótono, por lo repetitivo del entorno. Ortega y Gasset decía del paisaje francés que de tan verde y tan suave le faltaba dramatismo. Es tan igual que algunas de las veces que ruedo cuesta abajo algo deprisa me salgo del camino y me meto en un corral.






En Melide compramos queso de tetilla, bebida isotónica y nos instalamos en un parque, primero para comer y apropiándonos después de tres bancos, dormir la preceptiva siesta hasta que las voces de un paisano nos sacan del profundo sueño.




Al poco comienza la lluvia. Empieza despacio, casi como una caricia, pero después se va enfadando y con violencia se interpone entre nosotros y el Camino, hasta tal punto que nos tenemos que cobijar bajo una ¿marquesina? de autobus. Nos queremos quedar en Santa Irene que dicen que tiene buen albergue, pero no quedan plazas. Probamos en Arca, algo más allá, y también está lleno el albergue. Se nota que es para todos la noche anterior a la última etapa, cuando ya se entra en Compostela, de la que nos separan unos escasos 20 kilómetros, que los alojamientos están llenos de gente ansiosa llegar a su destino . Al final encontramos sitio en una pensión, donde nos cocinaremos una buena fuente de espeguettis carbonara.



martes, 28 de julio de 2009

11º. LAS CORREDOIRAS

Hoy jueves hemos salido desde Laguna de Castilla, último pueblo de León antes de pasar a Galicia, de la que sólo le separan dos kilómetros. Ya frescos y descansados de la paliza de ayer nos vamos internando en el paisaje gallego.

Pasado O Cebreiro, vamos por la carretera y alguna vez intentamos coger el camino, que suele ir paralelo, pero no merece la pena, pues es agotador y discurre por los mismos parajes. Vamos entre aldeas compuestas de casonas de piedra, tejados de pizarra y prados verdes por donde mires. A veces el camino se interna por las corredoiras, que no son más que pasillos cubiertos de bosque donde la luz pasa tamizada, dandole al camino un aspecto mágico. A mí me traen a la memoria los ambientes de Wenceslao Fernández Flores, como el de "El bosque encantado", muy bien conseguido en la película del mismo nombre.



Y todo este paisaje no sólo se ve, se percibe en la piel la humedad que hay en el ambiente y el olor, ese olor a heno recien cortado que lo invade todo. Y las vacas, ¿que sería de la Galicia rural sin las vacas? sería como Jaen sin olivos, como La Rioja sin viñedos, como Madrid sin coches. Las vacas le dan esencia a estos lugares a la vez que dejan su rastro por cualquier camino por el que pasamos y que nos obliga a ir maniobrando si no queremos que las ruedas se emplasten de excrementos vacunos y nos salpiquen por todo el cuerpo.

El peregrino pensará que en O Cebreiro ha llegado a la cumbre de la Sierra do Rañadoiro y que, ahora todo es bajada. No se engañe, pues irá descubriendo que el camino continúa ascendiendo y que no se nivelará hasta llegar al Alto do Poio. Llagado a este punto podemos dar por zanjada la subida y comenzar a disfrutar una bajada interminable aunque no rápida. No se debe lanzar la bicicleta pues son muchos los caminantes que por aquí transitan y, porque toda la belleza del entorno ha de ser aprehendida con la calma necesaria.

En este punto perdimos a Rubén, ya que como iba el primero no esperó en el Alto y se lanzó carretera abajo. Nosotros elegimos el Camino pues a eso habíamos venido. A la entrada de Tricastela me paro a admirar un castaño centenario junto a una casa. Se me acerca un abuelete que se dedica a vender rústicas varas o bastones por él mismo talladas y empezando a contarme la historia del árbol en cuestión va pasando de un tema a otro sin solución de continuidad. Así me cuenta (nos cuenta pues Javi ya ha llegado y se ha situado a mi lado) historias de su familia, de cómo le afecta el Camino en cuanto a vecino del mismo, del tiempo, de los peregrinos que han pasado y qué se yo cuántas mas, hasta tal punto que me tiene sujeto con su mano impidiéndome seguir. Se ve que el buen hombre tenía ganas de hablar. Contrasta lo de este paisano con la actitud de la mayor parte de la gente del lugar con la que nos cruzamos que no se dignan en contestar a nuestro saludo, a no ser claro está, que vayas como cliente. Por fín conseguimos zafarnos del abuelo y nos buscamos un bareto donde desayunarnos con un buen bocata y una cerveza ¿o fueron dos?.






A la salida de Tricastela el Camino vuelve a desdoblarse. Te puedes ir por Samos y visitar el Monasterio o, puedes hacerlo por San Xil. Dicen que por este último lugar son más espectaculares los paisajes. Javi dice que vayamos por Samos y yo, que ya metí la pata en la subida a O Cebreiro, digo que vale. No se cómo será por San Xil pero por aquí es maravilloso. Discurre la mayor parte del Camino junto a al rio Sarriá que parece que te arrulla con sus aguas limpias.






El que no cantaba era el portero del Monasterio. Estaba el hombre dormitando en el zaguán cuando me asomo y me ve, invitándome a pasar, con esa gravedad que tienen los frailes ya entrados en edad y sobre todo en kilos. Me abre la sala-tienda contígua y me pone el sello en la credencial. Yo pensaba que este tio me iba a pedir que comprara algo o que diera limosna para algún fín eclesiástico, pero no, sólo me pregunta de dónde soy.

De Samos nos vamos a Sarriá ya por paisajes algo menos enigmáticos. Vamos a la oficina de turismo, que encontramos nada más entrar al pueblo y hablamos con la chica (en todas las oficinas de turismo en las que hemos pasado siempre había una chica así como en todas las iglesias siempre había un cura) que nos cuenta lo interesante del lugar. Después de esta ilustrativa charla le preguntamos por un lugar donde comer buen pulpo, pues creo que el aspecto gastronómico nos interesa por ahora más que el cultural y nos envía a una pulpería que está en la calle principal nada más pasar el rio, a mano izquierda.

Sentados en los bancos corridos de la pulpería nos ponemos ciegos de pulpo animado con buen vino y charla con los comensales que nos rodean, pues esto no es un restaurante donde te sientas en tu mesa y pides menú o carta. La pulpería consiste en largas mesas con bancos a ambos lados en los que se van sentando los que llegan a comer el único plato: pulpo a la feira (o feria si prefieres). Nos dice un paisano que con pulpo y con vino se anda el camino (se rueda pensamos nosotros) y que razón tenía: es el único día que no tenemos que echarnos la siesta después de comer y eso que hacía calor, que desde Sarriá sales subiendo una empinada cuesta y que ibamos bien de vino.

De aquí a Portomarín pocas novedades: verdes prados, muchas vacas y peregrinos que van en aumento a medida que te acercas a Santiago, otro pinchazo en mi rueda trasera y un par de peregrinas búlgaras que van con los pies destrozados.

En Portomarín se atraviesa el Miño, donde los chavales se bañan y piragüean en sus aguas. Nos dan unas ganas locas de bañarnos, pero hay que buscar el albergue. Nos vamos al Ferramenteiro que es algo caro, creo que 12 pavos, pero está muy bien cuidado. Ahora, otro que chapa a las diez, pero esta vez como hemos llegado más pronto nos da tiempo a poner una lavadora, una secadora, ducharnos e ir a cenar con tranquilidad. En la cena y en el bar que está frente a nosotros aparece Rubén. Mañana saldremos nuevamente juntos.

lunes, 27 de julio de 2009

10º. POR FIN GALICIA

Primero de julio de 2009. Hoy hemos empezado cuesta arriba desde Rabanal del Camino hacia la Cruz del Ferro pero, como hemos desayunado bien, vamos como motos. En la subida coincidimos con dos jubilados sevillanos pero afincados en Gerona con los que vamos charlando entre nubes de moscas que nos agobian. Resulta que estos dos ciclistas veteranos van sin equipaje porque el cuñado de uno de ellos lleva coche de apoyo y los espera en cada pueblo sentado comodamente acompañado de una cervecita y una tapa. Lo encontraremos en Ponferrada y en Villafranca del Bierzo y cuando nos ve siempre nos pregunta ¿como va mi cuñao?.


La Cruz del Ferro es un sitio enigmático del camino. Se trata de un madero de unos cinco metros en cuya parte más alta tiene una pequeña cruz (digo yo que será de hierro) de unos 50 cmts. El madero está sobre un montón de piedras como una pequeña colina y alrededor de las piedras te puedes encontrar todo tipo de objetos como llaveros, monedas, muñecos, papeles manuscritos, fotos, etc. Se dice que el peregrino ha de traer una piedra desde su lugar de origen hasta aquí, donde la arrojará, no se si para liberarse de algún tormento o en espera de cumplimiento de algún deseo. Yo creo que el que no coge la piedra de los alrededores, como mucho la trae desde Rabanal. Yo la cogí de la base del montón y la lanzé a lo alto (y era de buen tamaño), con lo cual no sé si seré premiado o castigado.






La bajada desde la Cruz de Hierro hasta Molinaseca se hace por la carretera para los que vamos en bici. Aquí se adormece el espiritu del Camino y renace el deportivo, pues la bajada es IMPRESIONANTE, pudiéndose coger alrededor de los 60 kms. por hora en algunas zonas. Esa velocidad para una bicicleta de montaña, es mucho, pero se disfruta porque la carretera apenas tiene tráfico.








Molinaseca es un pueblo muy bien cuidado, se van notando los aires de Galicia aunque aún estemos en el Bierzo. Merece la pena atravesar por su puente y cruzar el pueblo y, si es hora apropiada y el tiempo lo permite, un baño en las aguas limpias de su rio, apresadas a modo de piscina.


De aquí llegamos a Ponferrada, donde es imprescindible visitar el Castillo de los Templarios. Bueno, lo que se pueda visitar porque a nosotros nos dijeron que no se visita el interior. La chica de la oficina de turismo nos dijo que eran las fiestas de Ponferrada y, que el que quisiera se podría apuntar -previo pago de una buena cantidad de euros- a una cena que se hace en el Castillo, donde la gente va disfrazada de época (de la época medieval claro está). Nosotros más humildes y menos medievales, descabalgamos de nuestro caballo metálico y sentados en un parque nos dimos un festín de sandía, kiwis y plátanos. Eso sí, con las manos, igual que aquellos caballeros comían. Nos vamos de Ponferrada y a la salida nos encontramos con el cuñao y compañía sentados en una sombreada terraza saboreando unas cervecitas: ¡vosotros sí que sabeis!.


Entre viñedos llegamos a Villafranca después de pasar por Cacabelos donde Javi tuvo un repentino recuerdo de haber estado allí años atras. En Villafranca del Bierzo, -ahí está el cuñao sentado en la terracita del bar de la plaza: ¡hombre cuñao! ¿cómo va mi cuñao?, bien, va bien, vienen un poco más atrás- con un impresionante calor conseguimos comprar algo de pan, queso y bebidas justo a la hora que cerraban la tienda, y en un parque (creo que nunca he estado tanto tiempo en los parques desde que era joven) nos tumbamos, comemos, bebemos y dormimos.


Como éstos no se deciden y a mí me dan las prisas, les digo que yo voy tirando y ya nos vemos luego. A los cien metros pinchazo, vuelta al parque y risas. Reparación de pinchazo y por fín nos vamos los tres por la antigua nacional. Nos habían dicho que subieramos a O Cebreiro (la puerta de Galicia), por la antigua carretera nacional, pues el Camino resulta impracticable para las bicis y que, al haber construído la autovía, aquella apenas soporta tráfico. Tenemos la suerte de que ese día está cortado un tramo de autovía, asi que vamos como unos diez kilómetros entre camiones, furgones, furgonetas y coches.


A la altura de Vega de Valcarce, un paisano nos indica que vayamos por La Faba porque la distancia a O Cebreiro es menor que por la nacional. Mis compañeros opinan que sería bueno hacerle caso al señor, y yo, me encabezono y digo que a mí me ha dicho mi amigo Pakito que por la carretera nacional, y que yo me voy por ahí. Javi y Rubén me dejan por imposible y nos vamos los tres por donde yo digo. Tengo que reconocer que me equivoqué, como tantas otras veces, pues aunque la subida fué tranquila ya que el tráfico rodado volvió a la autovía, tuvimos que llegar casi exhaustos a Piedrafita do Cebreiro y desde aquí ya, sin apenas fuerzas y con el ánimo desencajado otros cinco o seis kilómetros hasta O Cebreiro, donde al llegar nos encontramos que no hay sitio en el albergue. Posteriormente he averiguado que la subida a O Cebreiro se hace por donde decía el paisano: desde Villafranca se va por la antigua carretera nacional que, en muchos tramos tiene carril para bicis, hasta Ruitelán. Desde aquí ya por el Camino, hasta la Faba y en este punto debe haber un cartel en el que indican una subida para los caminantes y otra para los bicigrinos.


Nosotros desde O Cebreiro tuvimos que retroceder dos kilómetros por el Camino hasta Laguna de Castilla donde encontramos alojamiento en un albergue privado magníficamente atendido por dos chicas, que dan un trato estupendo, un alojamiento muy limpio, nuevo y una buena comida.


Creo que este día fué uno de los más agotadores de todo el Camino, faltándome muy poco para que me hubiera dado una pájara (término ciclista con el que se designa un estado físico en el que te quedas absolutamente agotado).

domingo, 26 de julio de 2009

9º. EL REENCUENTRO

Deberían ser las ocho de la mañana cuando salí del albergue municipal de León para, cruzando el centro, ir buscando las flechas amarillas que me sacaran de la ciudad. La salida de León es caótica para los que vamos en bici, pues o vas por una estrecha acera molestando a los peatones o te metes en la carretera con un tráfico infernal.

En uno de los bares que me encuentro, de cuyo nombre no quiero acordarme, decido pasar y tomarme el anunciado "desayuno del peregrino: zumo de naranja, café y bollo: tres euros". Este establecimiento está atendido por dos chicas, una de ellas algo mona, más preocupada por estar atractiva que por atender correctamente, que se encarga de la cocina. La otra, menos agraciada físicamente, tiene que repetirle varias veces a "nancy" que prepare un desayuno, pues ésta se encuentra coqueteando con un cliente que acaba de entrar ¡a las 8,30 h. de la mañana!. Pues bien, una vez en la mesa el desayuno, voy con ganas a ingerir el zumo, cuando observo que algo pequeño pero no diminuto se revuelve entre el líquido y la pulpa tratando de salir a la superficie del jugoso nectar.

Cuando le digo a la camarera que hay un insecto (¿cucaracha?) en mi zumo, a la menos agraciada físicamente puesto que la otra parecía no estar en este mundo, con una gran sorpresa me responde que es la primera vez que le sucede. Y a mi también le contesto yo. Asi que se lleva el zumo fuera de mi vista y se adentra en la cocina, reino de la princesa "mevesguapa cariño". Como no me fio, le indico que lo deje para otra ocasión, que ya no me apetece, pero insiste en que me volverá a exprimir nuevas naranjas en otro vaso. Ante tal insistencia decido no calentar más la situación y haciendo un esfuerzo por no pensar me bebo el zumo de un tirón.

A la salida de León, el Camino se bifurca nuevamente, pudiendo el peregrino elegir entre el camino tradicional que va por Valverde de la Virgen y Villadangos, pero que transcurre junto a una infernal carretera o, coger la variante que por una tranquila carretera secundaria va desde La Virgen del Camino pasando por Chozas de abajo hasta reencontrarse con el anterior en Hospital de Orbigo. Como no encontré el camino alternativo seguí por la carretera nacional hasta que, harto ya de camiones y de coches, a la altura de San Miguel me desvié hasta Chozas de Arriba y desde aquí a Chozas de Abajo, encontrando por aquí una opción mucho más sosegada y acorde con lo que el Camino es, donde por fin pude digerir tan proteico desayuno.

En Hospital de Orbigo se encuentra una de las para mí, maravillas del camino: su puente, francamente impresionante, y bien conservado. Después de la foto de rigor, lo voy cruzando a pie pues así se disfruta mejor, y a la par mia, viene una peregrina con la que comienzo una animosa charla que durará hasta bastantes kilómetros más allá. Es Begoña, una chica de Portugalete que tiene una curiosa manera de hacer el camino: hace una etapa y retrocede para volver a avanzar desde un punto anterior, algo así como Tarantino hizo en su famosa Pulp Fiction.


Cuando llevamos un buen trecho caminado, oigo una voz que me llama a lo lejos y que de no haber ido acompañado hubiera creido que se trataba de un espejismo auditivo, dados los calores que del cielo se dejaban caer a esa hora del mediodía. Al poco llega mi amigo Javier, rodando detras de nosotros y gritando que ya sabía él que me volvería a encontrar. Saludos efusivos, le presento a Begoña y juntos que nos vamos los tres caminando hacia Astorga, como los personajes de Oz (león sin valor, hombre de hojalata y niña perdida) buscando como aquellos buscaban, y encontrando al fín fresca cerveza acompañada de suculenta tortilla de patatas.

Nos despedimos de Begoña que se vuelve a León y nos sentamos en un parque a comer fruta que previamente hemos comprado en un super. Begoña pasa en el Alsa y nos ve pero ya no estamos solos, somos otra vez tres, pues hemos recogido a Rubén, un chico de Burgos que rueda solo y que por lo visto se acaba de meter un cocido maragato que le ha causado una indigestión de tal grado que ha tenido que vomitarlo. ¡hay que ver cómo son estos de Burgos que no les vale con el queso y la morcilla!

Los pueblos que vienen a partir de Astorga tienen mucho encanto porque las casas están bastante bien conservadas. En general están formados por una calle con casas en ambos lados por la que el Camino atraviesa. Después me entero que uno de ellos "Santa Catalina de Somoza", es el pueblo del pescadero al que le compro el pescado en Madrid.

Y con estas llegamos a Rabanal del Camino donde puedo decir que lo mejor del pueblo no son sus casas, no son sus alrededores, no son sus restaurantes ni sus albergues no, lo mejor de Rabanal lo tiene Isabel, la hospitalera del Albergue del Pilar que años atrás anduvo por tierras mostoleñas. Yo recomiendo hacer parada en este lugar, igual que yo fuí por recomendación de mi amigo Pakito. No es que el albergue en general sea gran cosa, incluso anda un poco escaso de duchas y baños, pero es la personalidad y la humanidad de Isabel la que hace que merezca la pena conocer este lugar. No digo más, sobran las palabras, como seguro que sobra comida de los sencillos pero estupendos platos que os servirá en ese bonito patio.




miércoles, 22 de julio de 2009

8º. EL REINO DE LEÓN

29 de junio de 2009. Es lunes, pero podría ser cualquier otro día, porque al salir de la rutina diaria, los días se suceden indistintamente. Es algo más natural, puesto que la naturaleza no distingue lunes, martes o domingos. Uno se pierde en el medio que le rodea de tal manera que se despiertan los sentidos aletargados por lo cotidiano. Y digo esto porque, al salir esta mañana alrededor de las 7.30 h. la imagen que se extendía delante de mí, rebosaba en mi retina. La luz del alba iluminaba los campos oblicuamente de tal manera que entraba bajo las nubes y se asentaba en los dorados trigales, produciendo un efecto dificil de olvidar como de mil rayos de oro. A su vez, este marco incomparable era perfumado por las aliagas en flor, y el sonido de la mañana orquestado por diversos coros de aves y algún que otro solista era rasgado por el ruido que producían las ruedas de mi bici sobre el suelo.

Hoy voy a rodar pocos kilómetros, pues quiero llegar a medio día a León. Atravesaré tierras leonesas, surcadas por infinidad de canales y arroyos y alguna que otra laguna. En una de éstas me detengo y me apeo de la bicicleta aproximándome al borde. Cuando llego, todo queda en silencio pero, a medida que pasan los minutos la vida vuelve al bullicio de la charca, las ranas croan y las aves trinan y cómo no, las moscas zumban. Hace un día perfecto para rodar, ni sol ni lluvia. Creo que el clima me está compensando por los ataques de ayer.


En Sahagún me paro en el puente y foto de rigor. A partir de aquí, el Camino se bifurca pudiendo recorrerse por la Vía Trajana, más al norte o por el Camino Francés. Decido no aventurarme y continuar por éste último. El Camino discurre junto a una carretera por la que apenas pasa algún que otro tractor, lo cual alivia el rodar y también el caminar supongo, pues más de un caminante prefiere el asfalto a la tierra del camino. En el Burgo Ranero me detengo de un frenazo en seco al pasar junto a su iglesia en la que están colocando el pendón para las fiestas y muy amablemente una chica me pone el sello en la credencial y me indica que falta poco para Mansilla y que el Camino es fácil.

Ya en Mansilla de las Mulas (yo creo que ya no debe quedar ninguna de éstas) ha salido el sol y empieza a calentar de lo lindo. Compro algo de fruta y unos orejones en una tienda de la plaza y entro en una ferretería próxima que parece haberse quedado en el siglo XIX por el local y por el género, donde compro una navajilla, instrumento muy útil para el peregrino y con esto me acerco a la orilla del río Esla, donde a la vera de su caudaloso cauce me distraigo con sus remolinos mientras me avituallo.


Sobre las dos de la tarde llego a León. Han debido de cambiar el itinerario de entrada, pues me habían informado que se entraba por el arcen de la autovía, pero me han desviado hacia un alto y desde aquí, por una trialera (término éste del mountain bike que no es otra cosa que un sendero con firme irregular y en pronunciada cuesta) entro campante en León. Me encuentro a la entrada con una oficina de turismo en la que me advierten de que existen dos albergues: el de las monjas junto a la Catedral donde se paga la voluntad y se chapa a las diez o el municipal de seis euretes si mal no recuerdo, pero sin hora de regresar. No me cuesta ningún esfuerzo decidirme y tiro derecho al laico. En el albergue hay un comedor donde me doy un festín de gazpacho en tetra brik y bocadillo de chicharrones que había comprado en un super cercano. Lo peor es que en el albergue no venden alcohol y como no me había comprado cerveza pues, aguita que es sano.

Cuando me voy a dar una vuelta por León me encuentro una tienda de bicis y como llevo la rueda trasera descentrada, la dejo para que me la reparen.

Yo conocía León por haber hecho la mili aquí hace ya 25 años y tenía muchas ganas de volver a pasear por sus calles, de las que muchas tenía recuerdos, sobre todo las calles del Húmedo, el barrio de las tapas (no entiendo el porqué del nombre) y las avenidas de Papalaguinda y de Ordoño. Paseo y paseo hasta que me harto, me meto en una pizzeria y me como una pizza de gran tamaño, con lo cual doy por concluída mi visita y me voy a dormir.

Ha sido mi segundo día en solitario pero me hubiera gustado estar acompañado en León porque parece que en las ciudades no se lleva bien la soledad. No ocurre lo mismo cuando vas en bici por esos campos que atraviesa el Camino.


martes, 21 de julio de 2009

7º. TIERRA DE CAMPOS

28 de junio de 2009. Estoy rodando solo. Antonio y Paco se fueron por la carretera hasta León. Javier se quedó en el hostal para dormir algo más y reparar las alforjas. Y yo seguí mi Camino. Me apetecia seguir solo, pues en realidad, vine solo, pero tengo que reconocer que con esta compañía el viaje ha sido muy agradable.

A la altura del Convento de San Antón, a unos treinta kilómetros de Burgos me encuentro con Juan Antonio, un jubilado de La Elipa (barrio de Madrid) al que conocí el día que fuí a por la credencial a la asociación de Amigos del Camino de Madrid. Resulta emocionante que, habiéndonos visto anteriormente una sola vez, nos produjera tanta alegría encontrarnos en el Camino, así que mientras Juan Antonio me llevaba la bici, caminé un rato junto a él. Después de unos quince minutos de Camino, yo volví a montar en mi bici y nos despedimos, quedándose mi amigo con otro peregrino que ya caminaba a su altura.






Después de pasar Castrojeriz me enfrento a una cuesta que me deja sin aliento. Menos mal que es corta y así, ya por campos de Palencia me voy llegando a Frómista. Me cruzo con un peregrino de largas barbas y aspecto desaliñado que anda acompañado de un burro y que no responde a mi
saludo.















Y de repente, en medio de Tierra de Campos, surge como un espejismo, el Canal de Castilla. Esta obra de ingeniería construída en el siglo XVIII para transportar el grano de Castilla a los puertos del norte, quedó abandonada cuando se desarrolló el ferrocarril, pero para el peregrino (al menos para el que escribe) es como un oasis en medio del desierto, con su abundante caudal de agua y sus verdes riberas. Ciertamente alegra la vista ya cegada por el sol en los terruños palencianos.


En Frómista, despues de visitar la iglesia de San Martín, a la que conocí cuando estudiaba Historia del Arte en COU y que me acordaba de sus característicos ábsides, me voy a un bareto a comer un bocadillo y, como no me tratan muy bien, acabo y me largo con mi bici camino adelante.







Pasado Carrión de los Condes, donde por las prisas no me detuve más que a tomarme una coca-cola, enfilo una tremenda recta de aproximadamente 16 desolados kilómetros, sin nada en todo el camino, sólo el Páramo. El cielo se va oscureciendo poco a poco y eso que sólo son las 6 de la tarde. Como a mitad de camino y con un cielo plomizo que parecía iba a caer sobre mi cabeza, me sucede un incidente lamentable: pinchazo y la rueda rápidamente se desinfla, y además, para más fastidiar, tenía que ser la trasera. Quito bolsa del manillar, quito cuentakilómetros, desmonto alforjas, quito la rueda, saco la cámara, pongo cámara nueva y le doy a la bomba, pero nada, que no coge aire porque está pinchada.
A todo esto comienzan a caer los primeros rayos y yo sólo en medio del Páramo empiezo a ponerme nervioso. Cambio de cámara, le doy a la bomba y otra que está pinchada. Como no había nadie a quien echarle la culpa (característico de mí) pues me pongo verde a mi mismo y decido tranquilizarme. Tapo las alforjas, me pongo el chubasquero y aguanto rayos y centellas mientras voy reparando el pinchazo, con la vista puesta bajo la mesa de piedra a la que he llegado y único refugio donde cobijarme. Al final reparo con éxito el pinchazo, monto la rueda, pongo las alforjas y la bolsa de manillar, el cuentakilómetros, etc. y sigo mi camino mientras la tormenta se va y llega la lluvia. Bendita lluvia, pues que yo sepa, esto no ha matado nunca a nadie.

Al fin, llego a un pueblo, Calzadilla de la Cueza. Me voy al albergue, me ducho, hago la colada y me voy a cenar al restaurante que resulta que, es del mismo dueño que el del albergue y, que me quita once pavos por una mísera ensalada, un plato de bonito con tomate y un yogur puleva, y todavía tiene la cara dura de preguntarme si he comido bien. Mascullo para mis adentros cual lindo pulgoso y me voy a la cama que ya he tenido bastante con hoy para ser el primer día que ruedo sólo.

sábado, 18 de julio de 2009

6º. LA FAMILIA Y UNO MÁS

Salimos temprano de Azofra, con un croisant y un café, a pedalear por esos campos donde la vid deja paso al cereal. Antes de llegar a Santo Domingo de la Calzada, a su paso por Cirueña el Camino rodea un campo de golf. Es lamentable. Si hay algo que desfigura nuestros campos y pueblos hasta el punto de convertirlos en un adefesio lamentable son estas instalaciones y sus colonias de chalets que los rodean. Creo que es suficiente el perjuicio estético y cultural para oponerse a ellos sin necesidad de comentar el derroche de agua, el uso de pesticidas, la especulación del terreno o el gasto energético que conllevan. En fín pasemos un estúpido velo pues dan ganas, como decía Javier de soltar una piara de cerdos en medio del green.

Como para reconfortarnos del ánimo dañado, entramos en Santo Domingo de la Calzada. Lugar como pocos. No sólo es belleza estética, es la historia condensada en cada piedra, es el cielo que se funde con la torre exenta, de su catedral, son sus plazas y sus adoquines que hacen que te sientas a gusto sólo por estar aquí. Hasta el desayuno fructívoro que nos tomamos en un banco nos sentó de maravilla pues el entorno, ayuda a la digestión. Antes de marcharnos de Santo Domingo, obligada visita al taller de bicis, pues los kilómetros de Camino van haciendo mella.

Creo que fué en Redecilla del Camino donde encontramos a Paco. Al pasar junto a una fuente, cogiendo agua hay un chavalote con unas piernas como columnas dóricas que lleva puesta una camiseta de los bomberos de Jaén. Antonio, que también le da a la manguera allá por Rincón de la Victoria, se le acerca y rápidamente entablan conversación. En pocos minutos el trío calaveras se convierte en un cuarteto de carnaval. Con un rollete más que bueno nos metemos en Belorado, encontrándonos de pronto en el medio de una boda. Allí que nos hubiéramos quedado si no fuera porque todos iban tan guapos y tan arreglados que nosotros a su lado, con nuestras ropas ajustadas y cantarinas, nuestros sudores y nuestro polvo caminero no pegábamos ni con cinta americana.

Hoy comemos creo que en Villambistia y, aunque comemos bocatas, somos muy bién atendidos por el hospitalero y dueño del bar. Como no tiene suficiente pan y los bocatas le salen pequeños, nos regala una tortilla en compensación. Buen trato y buena charla.

La sobremesa por los Montes de Oca se hace agradable: mucho roble y mucho helecho amenizado por alguna caída de Paco sobre un jardín de ortigas. Al final de los Montes se encuentra San Juan de Ortega con una fuente de las que dan agua que no te cansas de beber. Parada fisiológica en San Juan a la sombra del Monasterio con coro de moscas zumbando alrededor.

Y de San Juan a Atapuerca, donde llegamos tarde -como siempre- y ya no hay nada que ver. A mi que me hubiera gustado ver las excavaciones declaradas por la UNESCO "Patrimonio de la Humanidad". Así que los cuatro de cromagnon (o cromañón si prefieres), los homo-erectrus cuando bajamos de la bici, nos encaramamos a ella y nos subimos el alto con su cruz de madera, que nos va a dejar directamente en Burgos.

Burgos está de fiesta, así que pasamos de albergue y, con mucho recelo nos metemos en el Hostal Victoria (el portal de lo más cutre pero luego no está tan mal). La mujer del hostal nos recomienda cenar en El Morito, acierto total y después fuegos artificiales sobre el río, gin-tonic en el casco viejo, al lado de la Catedral (ahora que me acuerdo, ni entramos en la Catedral ¡perdona Antonio!) y después a la cama que el cuerpo ya no aguanta más.

viernes, 17 de julio de 2009

5º. LA SANGRE DE LA TIERRA

26.06.2009. La ciudad se despierta cuando salimos de Estella. Es más grande de lo que yo pensaba. Nada más salir de Estella nos encontramos con la fuente del vino, la de bodegas Irache. Este es uno de los iconos del camino. No hay quien no pare y se pegue un trago de vino a pesar de que sólo caen unas gotas. Presiento que toda esta etapa va a estar marcada por el vino, la sangre roja de esta roja tierra vestida de verde.

Con el sabor del tintorro en el paladar nos adentramos entre viñedos. A la derecha y a lo lejos queda la sierra de Urbasa como cerrando el paso con sus paredes verticales indicándonos que debemos de continuar hacia poniente.

Entre los peregrinos que adelantamos me llama la atención dos mayores que van en bici. Deben de tener no menos de 70 años y van con bicicletas que parecen de paseo. A pesar de todo continúan por el camino y, a aunque la señora se apea cuesta abajo, el abuelo se mantiene firme y rueda por el camino lleno de piedras.

Algo más adelante me topo con lo que parece ser una fuente o estanque junto al camino. Se trata de una construcción antigua, a la que se accede a través de un doble arco de medio punto y, bajando unos quince escalones encontramos una piscina o aljibe de agua donde se adentran los escalones. En el medio, un pozo cubierto asimismo por el agua. Me entero de que se trata de una fuente gótica del siglo XIII llamada Fuente de los Moros. Lástima de baño que me pierdo, pero son las 8.30 h de la mañana y no apetece aún.

Otra cosa a destacar son los cementerios. Los hay de todos los tipos, profusamente decorados, sobrios, con jardines, de piedra tallada, etc. pero, es común a todos ellos el encontrarse fuera de la población, alejados, como si los vivos no quisieran tener relación con los muertos.

En Los Arcos desayunamos a la sombra de su iglesia. Es este un pueblo que merece la pena visitar a pesar de la mala leche que se gastan las señoras de los comercios cuando tocas el género.

Pasamos por Viana, por cierto con una gran animación y algo más tarde llegamos a Logroño. Lo más destacable de esta ciudad (al menos desde mi opinión) es la calle de las tapas: calle del Laurel y aledaños. No recuerdo en cuántos bares entramos, ni cuántas tapas, cañas o vinos
tomamos, sólo recuerdo ir de un bar a otro dejando las bicis en la puerta de cada uno. Y si interesante son los bares, ¡que voy a contar del parque por el que atraviesa el Camino!





A la salida de Logroño podeis encontrar esta maravilla que, sobre todo si os pasa como a nosotros que vais zigzagueando riojamente, y son algo así como las cuatro de la tarde, resulta pecaminoso no tumbarse sobre su mullido cesped y echarse una sana siesta del peregrino.









Y bueno, Logroño también tiene Catedral: fijaros en el bajorelieve del frontón de la entrada, a ver que le veis al caballo de Santiago. Exactamente eso.

Hasta Najera, viñas, viñas y más viñas. Y después de Nájera viñas, viñas y más viñas. Nájera merece la pena, destaca su color rojizo de piedra entre tanto verde. A la entrada del pueblo algo insólito, una fuente dentro de un tonel de vino (no podía ser de otra manera) y un descansadero puesto allí por los dueños de la vecina casa para regocijo del peregrino sin pedir nada a cambio, sólo que no dejes basura. Rex extra commercium- cosa fuera del comercio, insólito en este
"Comercio de Santiago".

Y así llegamos a Azofra, pequeño pueblecillo que como no tiene nada de monumental pues le han construido uno de los mejores albergues del Camino con habitaciones para dos. Dejamos a Javi en una de ellas solo, y a pesar de haber mozas casaderas en el albergue y ser observado por ellas de una manera muy natural, no tiene éxito.

Llego agotado, literalmente agotado. Llevo tres días pedaleando y cada vez que me paro y vuelvo a empezar me duelen las piernas, cosa que no me ha pasado nunca y llevo muchos años pedaleando. También empieza a escocer el culo y la pomada que traía casi se ha acabado ¡menudo cachondeo con la vaselina! pero ninguno se queda sin untarse.

jueves, 16 de julio de 2009

4º. EL REINO DE NAVARRA

25 de junio de 2009. Como anoche cenamos tan ricamente, hoy empezaremos desayunando de la misma manera. Pamplona es conocida por su fiesta, por los encierros; pero que no se olvide que la cocina ocupa un papel primordial en su cultura. Después buscamos una tienda de bicis, pues yo tengo problemas con una rueda. Javier empieza a tener lo suyo con las alforjas, pues le han saltado las pinzas con las que se sujeta al transportin de la bici, todo ello por no bajar los escalones como Dios manda. Solución: bridas de plástico; se comprará un paquete de cien y tendrá para todo el camino, pues cada vez que quita las alforjas, tiene que cortar las bridas y al día siguiente colocar unas nuevas.


Después de todo ésto, paseo por Pamplona, foto en la curva de la calle Estafeta, donde los únicos cuernos que por ahora se ven son los de nuestras bicis. Total, que al final acabamos saliendo de Pamplona a las 12.00 h.















Buscamos el Camino que nos subirá al Alto del Perdón, con sus famosas esculturas de peregrinos. Subir a esas horas, con un sol de justicia, al dichoso Alto es una temeridad absoluta. Y si no, que se lo pregunten al alemán que se quedó en el intento y al que a la entrada de Zariquiegui le dedicaron un túmulo funerario, de donde brota un roble con el que el difunto ofrece sombra y sosiego a los que seguimos sus pasos, para que por él, lleguemos a la cima.
En la cima, fotos de rigor, cual turista japonés, y justo en ese momento comienza a soplar el viento que agita los aerogeneradores que ya no faltan en ninguna sierra de España que se precie.

Digo yo, que por qué no bajamos por carretera, que me dijo mi amigo Pakito, que el Camino se las trae, de las piedras que acumula. Ni puto caso, antes de que termine de hablar, estos dos ya están lanzados cuesta abajo, así que tiro tras ellos. No os podeis imaginar el dolor de manos -y de culo- cuando llegué abajo. Ahora que, llegados a Uterga, nos metemos en el mesón, donde la mesonera alivia nuestra sed a base de jarras de cerveza.
Salimos de Uterga recién comidos y recién bebidos hacia Puente La Reina, pero no llegaremos muy lejos, debido a que -sin aventurar la causa- Antonio se sale la senda y se mete de lleno en un trigal. Esto hace que nos detengamos a la sombra de una iglesia y, con paz divina nos echemos estupenda siesta a la sombra de sus muros.
En Puente la Reina, fotos y sellado de credencial. Un tramo del Camino pasado este pueblo, ha sido borrado por la autovía, desviando el mismo por la vía de servicio, con unas rampas del demonio, a quien recomendamos tenga en cuenta a los autores de tal fechoría.
Continua el Camino sin nada que resaltar salvo otro monumento funerario a una peregrina atropellada que tampoco pudo abrazar al santo.


Llegamos a Estella (o Lizarra si se prefiere) tan cansados que nos quedamos en el albergue municipal aún sabiendo que tenemos como hora y media para ducharnos, hacer la colada y cenar.

Poco tiempo, pero lo conseguimos y nos sentamos en el patio del albergue, relajados a poder escribir algo. No tarda en llegar el hospitalero cabreado y echarnos en cara que somos muy mayores para tener que llamarnos la atención por estar en el patio y no en la cama, a pesar de que estábamos en silencio y que otro hospitalero más benevolente, nos había permitido quedarnos en silencio. Esto es como el poli bueno y el poli malo de las películas.
Bueno, se acaba el día y el ritmo es estresante, pienso que no podemos seguir así, pues esto no es lo que yo había planeado.

miércoles, 15 de julio de 2009

3º. TODO LO QUE BAJA, LUEGO SUBE

Todo lo que baja sube, es cierto, por eso hoy tenemos que ascender los 26 km. que ayer bajamos en loca carrera. A las 7.00 h. arriba, antes no, prohibido terminantemente por Cristiana. Así que, en cuanto dan las 7.00 h. diana, y todo el mundo arriba. El muchacho que duerme en la misma litera que yo me pregunta algo, y yo, como no entiendo nada, pues me rio amablemente. Más tarde me lo repite más despacio:
-are you going by bike?
-yes, we are
-could we cycling togheter?
-yes, of course.
Resulta ser un inglés de London, que se viene con nosotros: Jhon. Nos vamos a desayunar al único bar abierto: confitura de frutas, mermeladas de varios tipos, tostadas con mantequilla, zumo de naranja y café olé (au lait): 8 pavos por cabeza -no te lo van a regalar.
Después de sellar en la oficina del peregrino, comienza nuestro viaje con unas rampas que, sin exagerar deben de superar el 15 %, tanto que Jhon se raja y se va por la carretera. La bici se maneja bien a pesar del peso de las alforjas. Pasadas las primeras rampas encontramos a un paisano en un prado en pose como de quien va a cazar: inmóvil con los brazos levantados, sosteniendo lo que parece ser un palo, delante de un agujero. A mí me recordaba a los linces que se situan en la madriguera de los conejos para cuando éstos salgan, saltar sobre ellos. Pasamos cerca del galo, y el tio no se mueve. Nos alejamos unos cientos de metros y el tío sigue igual. Desde unos kilómetros más arriba, lo mismo. Aún me pregunto si seguirá allí o se trataba de una estatua.
En la subida encontramos a un portugés que viene desde París y dice que va a Oporto. El chaval sube con bici, alforjas, macuto, tienda y no sé cuántas cosas más. Pero sube. También un polaco con igual aparejo, al que nos iremos encontrando a lo largo del viaje.
Sobre las 12.00 h. alcanzamos el collado. Ahora a bajar entre el hayedo. Esta parte es de las más agradables del camino, te envuelve el mágico bosque, hasta tal punto que Antonio acaba metido en un barrizal que más parece arenas movedizas. Menos mal que hay arroyos limpios donde meter los pies hasta las rodillas.
Bocata de chistorra o de tortilla en el bar de Roncesvalles (con cerveza por supuesto) y después a continuar bajando. No todo es bajada, habrá que subir los altos de Mezkiritz y Erro, que comparados con la subida de la mañana, son cosa facil. Volvemos a encontrar a Jhon, en un pueblecillo. Tiene avería y le echamos una mano. Continúa su camino a Pamplona y ya no le volveremos a ver.
A Pamplona llegamos sobre las 20.00 h. y no hay sitio en el albergue que nos gusta, así que nos vamos al de las monjas. De instalaciones, cojonudo. Ahora, a las 10.00 h. en casa, que se cierra la puerta. Menos mal que la que está por la noche se tira el rollo y nos deja volver a las 10.30 h.
Nos vamos al bar de Ramón, al lado del albergue, y nos ponemos ciegos de cerveza, de ajoarriero, de mejillones y de una estupenda ensalada. Mientra tanto España pierde frente a EEUU y alguno cree ver cómo se alegra el camarero. Llego tan cansado a la cama que caigo como un plomo y sólo entre sueños oigo la tormenta que cae esa noche en Pamplona.

martes, 14 de julio de 2009

2º. DE MADRID AL CIELO

23 de junio de 2009. 8.00 h. Me despido de mi familia, bajo a por la bici que había dejado preparada la noche anterior y salgo con ella a la calle. Dificil es describir la sensación cuando todo alrededor sigue el ritmo diario del trabajo y tú te marchas calle arriba pedaleando, tanto, que al pasar sobre la M-30 y ver el atasco diario, no me puedo resistir con gran regocijo a sacar una foto con la bici en primer plano y el atasco de fondo, pensando lo afortunado que soy al poder escapar. Pero, como si de un castigo divino se tratase, al pedalear se cuela la cadena entre el eje pedalier y la corona de los platos, de tal manera que pensé que no podría sacarla y que perdería el autobús, sin poder recuperar el dinero del billete -maldigo todo lo maldecible. Menos mal que quedó en un gran susto y pude continuar.







En la estación conozco a los que van a ser mis compañeros de viaje, Antonio -malagueño- y Javier -de Manzanares , Madrid. Llegamos a Roncesvalles por la tarde a eso de las 18.00 h. y ya Antonio nos ha convencido para que empecemos el Camino en St. Jean Pie de Port, 26 kilómetros más allá, hacia Francia. Cambio de indumentaria, nos vestimos de ciclistas, ascenso de 2 kms. y cima de los Pirineos. Estamos tan cerca del cielo que casi podemos tocar las nubes. La bajada a Francia, impresionante por la carretera, sin apenas tráfico. Una ardilla cruza repentinamente y va directa a las ruedas de la bici de Javi, que milagrosamente no cae al suelo. Se nota que estabamos cerca de la providencia divina.
En St. Jean nos alojamos en el albergue de Cristiana. No está mal, si no te importa estar rodeado de gatos, perros y gallos (el albergue se llama Le Coq), eso sí, no se te ocurra entrar con zapatos, la bronca puede ser impresionante, y ármate de paciencia, pues sólo hay un baño. Lo dificil es cenar, pues casi todo está cerrado, pero nos darán de cenar en una taberna abertzale.

lunes, 13 de julio de 2009

1º. LA VÍA LÁCTEA

En este mundo moderno del móvil y del GPS, de internet, de televisión digital y de innumerables artilugios técnicos, ¿puede echarse a andar por un camino igual que lo han hecho otros muchos antes, haciendo uso solamente de nuestras características humanas?
A lo largo de cientos de años, peregrinos de toda Europa han recorrido un camino, unas veces por fé, otras por promesas personales o por motivos que sólo ellos conocían. Y para recorrer ese camino era necesario hacerlo mirando al cielo. Pero no únicamente al cielo espiritual, sino al cielo de la noche.En ese cielo ha estado siempre reflejado el camino que había que seguir: el camino de la Vía Láctea, el Camino que lleva a Santiago de Compostela.
Llevaba mucho tiempo queriendo hacer mi camino y por fín encontré tiempo para ello. Lo estuve preparando durante cuatro o cinco meses, con la meticulosidad que pude: leyendo crónicas de peregrinos, información sobre alojamientos, horarios de autobuses, lugares a visitar, etc. Pero casi todo aquello que preparé fué trabajo en balde, porque realmente lo importante del Camino, lo que te deja huella, es aquello que no se conoce, que se va haciendo cuando pasas, como decía Machado: caminante no hay camino, se hace camino al andar.