miércoles, 22 de julio de 2009

8º. EL REINO DE LEÓN

29 de junio de 2009. Es lunes, pero podría ser cualquier otro día, porque al salir de la rutina diaria, los días se suceden indistintamente. Es algo más natural, puesto que la naturaleza no distingue lunes, martes o domingos. Uno se pierde en el medio que le rodea de tal manera que se despiertan los sentidos aletargados por lo cotidiano. Y digo esto porque, al salir esta mañana alrededor de las 7.30 h. la imagen que se extendía delante de mí, rebosaba en mi retina. La luz del alba iluminaba los campos oblicuamente de tal manera que entraba bajo las nubes y se asentaba en los dorados trigales, produciendo un efecto dificil de olvidar como de mil rayos de oro. A su vez, este marco incomparable era perfumado por las aliagas en flor, y el sonido de la mañana orquestado por diversos coros de aves y algún que otro solista era rasgado por el ruido que producían las ruedas de mi bici sobre el suelo.

Hoy voy a rodar pocos kilómetros, pues quiero llegar a medio día a León. Atravesaré tierras leonesas, surcadas por infinidad de canales y arroyos y alguna que otra laguna. En una de éstas me detengo y me apeo de la bicicleta aproximándome al borde. Cuando llego, todo queda en silencio pero, a medida que pasan los minutos la vida vuelve al bullicio de la charca, las ranas croan y las aves trinan y cómo no, las moscas zumban. Hace un día perfecto para rodar, ni sol ni lluvia. Creo que el clima me está compensando por los ataques de ayer.


En Sahagún me paro en el puente y foto de rigor. A partir de aquí, el Camino se bifurca pudiendo recorrerse por la Vía Trajana, más al norte o por el Camino Francés. Decido no aventurarme y continuar por éste último. El Camino discurre junto a una carretera por la que apenas pasa algún que otro tractor, lo cual alivia el rodar y también el caminar supongo, pues más de un caminante prefiere el asfalto a la tierra del camino. En el Burgo Ranero me detengo de un frenazo en seco al pasar junto a su iglesia en la que están colocando el pendón para las fiestas y muy amablemente una chica me pone el sello en la credencial y me indica que falta poco para Mansilla y que el Camino es fácil.

Ya en Mansilla de las Mulas (yo creo que ya no debe quedar ninguna de éstas) ha salido el sol y empieza a calentar de lo lindo. Compro algo de fruta y unos orejones en una tienda de la plaza y entro en una ferretería próxima que parece haberse quedado en el siglo XIX por el local y por el género, donde compro una navajilla, instrumento muy útil para el peregrino y con esto me acerco a la orilla del río Esla, donde a la vera de su caudaloso cauce me distraigo con sus remolinos mientras me avituallo.


Sobre las dos de la tarde llego a León. Han debido de cambiar el itinerario de entrada, pues me habían informado que se entraba por el arcen de la autovía, pero me han desviado hacia un alto y desde aquí, por una trialera (término éste del mountain bike que no es otra cosa que un sendero con firme irregular y en pronunciada cuesta) entro campante en León. Me encuentro a la entrada con una oficina de turismo en la que me advierten de que existen dos albergues: el de las monjas junto a la Catedral donde se paga la voluntad y se chapa a las diez o el municipal de seis euretes si mal no recuerdo, pero sin hora de regresar. No me cuesta ningún esfuerzo decidirme y tiro derecho al laico. En el albergue hay un comedor donde me doy un festín de gazpacho en tetra brik y bocadillo de chicharrones que había comprado en un super cercano. Lo peor es que en el albergue no venden alcohol y como no me había comprado cerveza pues, aguita que es sano.

Cuando me voy a dar una vuelta por León me encuentro una tienda de bicis y como llevo la rueda trasera descentrada, la dejo para que me la reparen.

Yo conocía León por haber hecho la mili aquí hace ya 25 años y tenía muchas ganas de volver a pasear por sus calles, de las que muchas tenía recuerdos, sobre todo las calles del Húmedo, el barrio de las tapas (no entiendo el porqué del nombre) y las avenidas de Papalaguinda y de Ordoño. Paseo y paseo hasta que me harto, me meto en una pizzeria y me como una pizza de gran tamaño, con lo cual doy por concluída mi visita y me voy a dormir.

Ha sido mi segundo día en solitario pero me hubiera gustado estar acompañado en León porque parece que en las ciudades no se lleva bien la soledad. No ocurre lo mismo cuando vas en bici por esos campos que atraviesa el Camino.


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