martes, 21 de julio de 2009

7º. TIERRA DE CAMPOS

28 de junio de 2009. Estoy rodando solo. Antonio y Paco se fueron por la carretera hasta León. Javier se quedó en el hostal para dormir algo más y reparar las alforjas. Y yo seguí mi Camino. Me apetecia seguir solo, pues en realidad, vine solo, pero tengo que reconocer que con esta compañía el viaje ha sido muy agradable.

A la altura del Convento de San Antón, a unos treinta kilómetros de Burgos me encuentro con Juan Antonio, un jubilado de La Elipa (barrio de Madrid) al que conocí el día que fuí a por la credencial a la asociación de Amigos del Camino de Madrid. Resulta emocionante que, habiéndonos visto anteriormente una sola vez, nos produjera tanta alegría encontrarnos en el Camino, así que mientras Juan Antonio me llevaba la bici, caminé un rato junto a él. Después de unos quince minutos de Camino, yo volví a montar en mi bici y nos despedimos, quedándose mi amigo con otro peregrino que ya caminaba a su altura.






Después de pasar Castrojeriz me enfrento a una cuesta que me deja sin aliento. Menos mal que es corta y así, ya por campos de Palencia me voy llegando a Frómista. Me cruzo con un peregrino de largas barbas y aspecto desaliñado que anda acompañado de un burro y que no responde a mi
saludo.















Y de repente, en medio de Tierra de Campos, surge como un espejismo, el Canal de Castilla. Esta obra de ingeniería construída en el siglo XVIII para transportar el grano de Castilla a los puertos del norte, quedó abandonada cuando se desarrolló el ferrocarril, pero para el peregrino (al menos para el que escribe) es como un oasis en medio del desierto, con su abundante caudal de agua y sus verdes riberas. Ciertamente alegra la vista ya cegada por el sol en los terruños palencianos.


En Frómista, despues de visitar la iglesia de San Martín, a la que conocí cuando estudiaba Historia del Arte en COU y que me acordaba de sus característicos ábsides, me voy a un bareto a comer un bocadillo y, como no me tratan muy bien, acabo y me largo con mi bici camino adelante.







Pasado Carrión de los Condes, donde por las prisas no me detuve más que a tomarme una coca-cola, enfilo una tremenda recta de aproximadamente 16 desolados kilómetros, sin nada en todo el camino, sólo el Páramo. El cielo se va oscureciendo poco a poco y eso que sólo son las 6 de la tarde. Como a mitad de camino y con un cielo plomizo que parecía iba a caer sobre mi cabeza, me sucede un incidente lamentable: pinchazo y la rueda rápidamente se desinfla, y además, para más fastidiar, tenía que ser la trasera. Quito bolsa del manillar, quito cuentakilómetros, desmonto alforjas, quito la rueda, saco la cámara, pongo cámara nueva y le doy a la bomba, pero nada, que no coge aire porque está pinchada.
A todo esto comienzan a caer los primeros rayos y yo sólo en medio del Páramo empiezo a ponerme nervioso. Cambio de cámara, le doy a la bomba y otra que está pinchada. Como no había nadie a quien echarle la culpa (característico de mí) pues me pongo verde a mi mismo y decido tranquilizarme. Tapo las alforjas, me pongo el chubasquero y aguanto rayos y centellas mientras voy reparando el pinchazo, con la vista puesta bajo la mesa de piedra a la que he llegado y único refugio donde cobijarme. Al final reparo con éxito el pinchazo, monto la rueda, pongo las alforjas y la bolsa de manillar, el cuentakilómetros, etc. y sigo mi camino mientras la tormenta se va y llega la lluvia. Bendita lluvia, pues que yo sepa, esto no ha matado nunca a nadie.

Al fin, llego a un pueblo, Calzadilla de la Cueza. Me voy al albergue, me ducho, hago la colada y me voy a cenar al restaurante que resulta que, es del mismo dueño que el del albergue y, que me quita once pavos por una mísera ensalada, un plato de bonito con tomate y un yogur puleva, y todavía tiene la cara dura de preguntarme si he comido bien. Mascullo para mis adentros cual lindo pulgoso y me voy a la cama que ya he tenido bastante con hoy para ser el primer día que ruedo sólo.

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