jueves, 30 de julio de 2009

12º. EL PAIS DEL AGUA

Hace un tiempo echaron por televisión un documental del naturalista Luis Miguel Dominguez, que trataba -creo recordar- sobre Vietnam. Lo más destacado de dicho reportaje eran las intensas lluvias que azotaban ese país del sudeste asiático, dando título al documental: El País del Agua.

Estamos en la península ibérica. Un lugar en el que lo que predomina no es precisamente un caudaloso régimen de lluvias, sino más bien lo contrario: la pertinaz sequía. Pero he aquí, que en este extremo noroeste de la piel de toro, podemos encontrar también un país de agua, me refiero ¡que duda cabe! a nuestra querida Galicia. Raro es aquel que no ha estado por estos lugares y no ha visto la lluvia. Claro está que no con la intensidad que lo puede hacer en la península de Camboya, pero aguas no le faltan.

Cuando salimos este 3 de julio de 2009 de Portomarín ya hemos desayunado. Empieza el Camino atravesando una pasarela sobre un afluente del río Miño y a continuación asciende una pronunciada cuesta durante varios kilómetros. La humedad es muy densa a estas horas tempranas en el valle y, a medida que ascendemos va desapareciendo.

Estas últimas etapas ya próximas a Santiago son de auténtica romería. Familias con niños, grupos de amigos, pelotones ciclistas, coches de apoyo. Aumenta la presencia de caminantes y disminuye la intimidad.

El paisaje tiene poca variación, pues estamos en la Galicia profunda: pacientes vacas sobre ondulados prados verdes a los que suceden colinas de verdes prados donde pacen vacas tranquilas. Este medio rural gallego es cierto que resulta atractivo para los que somos de la áspera Castilla, pero a la vez resulta monótono, por lo repetitivo del entorno. Ortega y Gasset decía del paisaje francés que de tan verde y tan suave le faltaba dramatismo. Es tan igual que algunas de las veces que ruedo cuesta abajo algo deprisa me salgo del camino y me meto en un corral.






En Melide compramos queso de tetilla, bebida isotónica y nos instalamos en un parque, primero para comer y apropiándonos después de tres bancos, dormir la preceptiva siesta hasta que las voces de un paisano nos sacan del profundo sueño.




Al poco comienza la lluvia. Empieza despacio, casi como una caricia, pero después se va enfadando y con violencia se interpone entre nosotros y el Camino, hasta tal punto que nos tenemos que cobijar bajo una ¿marquesina? de autobus. Nos queremos quedar en Santa Irene que dicen que tiene buen albergue, pero no quedan plazas. Probamos en Arca, algo más allá, y también está lleno el albergue. Se nota que es para todos la noche anterior a la última etapa, cuando ya se entra en Compostela, de la que nos separan unos escasos 20 kilómetros, que los alojamientos están llenos de gente ansiosa llegar a su destino . Al final encontramos sitio en una pensión, donde nos cocinaremos una buena fuente de espeguettis carbonara.



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